C. —LA HISTORIA UNIVERSAL
§ 341
El elemento
de la existencia del Espíritu universal que en el Arte es intuición
e imagen, en la religión sentimiento y representación, en la filosofía
pensamiento puro y libre, en la historia universal es la realidad
espiritual en todo el ámbito de su interioridad y su exterioridad. La historia
universal es un juicio, porque en su universalidad que es en sí y por
sí, lo particular, los dioses lares, la sociedad civil y los espíritus
nacionales en su variada realidad son sólo como algo ideal, y el movimiento del
Espíritu en este elemento es mostrar ese algo ideal..
§ 342
Además, la historia
universal no es el mero juicio de su poder, esto es, la necesidad abstracta e
irracional de un ciego destino, sino puesto que él es razón en si y por sí, y
el ser por sí de la razón en el espíritu, es saber; la historia es el
despliegue —^necesario en base solamente al concepto de su libertad— de
los momentos de la razón, de su conciencia de sí y de su libertad; es la
exégesis y la realización del Espíritu universal.
§ 343
La historia del
Espíritu es su producto porque el Espíritu es solamente lo que él
produce y su hecho es hacerse aquí en cuanto espíritu, objeto de la propia
conciencia; concebir, interpretándose a sí por sí mismo. Este concebir
constituye su ser y su fundamento; y la realiza-ción de una comprensión es, a
la vez, su enajenación y tránsito. El espíritu formalmente expresado, que
concibe de nuevo esta comprensión y (lo que es igual) que llega en sí
desde la enajenación, es el espíritu en grado más elevado frente a sí,
de cómo él se encontraba en su primera comprensión.
La cuestión acerca
de la 'perfectibilidad y la educación del género humano, se
introduce en este momento. Aquellos que han sostenido esa perfectibilidad han
adivinado algo de la naturaleza del Espíritu, de su condición de tener como ley
de su ser el νωθι σεαυτὸν y de conocer lo que él es, que
consiste en una forma más elevada de lo que constituye su ser. Pero, para los
que recusan ese concepto, el Espíritu queda como una palabra vacía, así como la
historia un juego superficial de las preocupaciones y pasiones accidentales,
llamadas así simplemente humanas. Si, además, en las expresiones
"providencia" y "plano de providencia" ellos manifiestan el
pensamiento de un dominio más alto, aquéllas quedan como concepciones
inacabadas, puesto que desahucian expresamente el plano de la providencia, como
un algo incognoscible e ininteligible para ellos.
§ 344
Los
Estados, los pueblos y los individuos, en esta tarea del Espíritu universal, se
muestran en su determinado principio particular, que tiene su
interpretación y realidad en su constitución y en toda la amplitud de
su situación, de la cual tiene conciencia; y a cuyo interés entregados,
ellos son, al mismo tiempo, instrumentos inconscientes y elementos de la labor
interna en la cual estos aspectos desaparecen; pero el Espíritu, en sí y por
sí, se apresta a pasar a su próximo momento más elevado y se elabora.
§ 345
La justicia y la
virtud, lo injusto, la violencia y el vicio, las capacidades y sus productos,
las pequeñas y las grandes pasiones, la culpabilidad y la inocencia, la
magnificencia de la vida individual y del pueblo, la independencia, la
felicidad y la infelicidad de los Estados y del pueblo, tienen su sentido y
valor determinados en la esfera de la realidad consciente, y encuentran en ella
su juicio y su justificación, aunque incompleta.
La
historia universal deja aparte estos puntos de vista; en ella aquel momento
necesario de la Idea del Espíritu universal, que es efectivamente su grado, alcanza
su derecho absoluto; y el pueblo que vive en él y las acciones de ese
pueblo, consiguen su realización, la felicidad y la gloria.
§ 346
Puesto
que la historia es la producción del Espíritu en la forma del acaecer de la
realidad natural inmediata, los momentos del desenvolvimiento existen como 'principios
naturales inmediatos; y éstos, ya que son naturales, son como pluralidad,
el uno externo al otro, y, además, de manera que uno de ellos concierne a un
pueblo, es decir, a su existencia geográfica y antropológica.
§ 347
Al pueblo, a quien
corresponde semejante momento como principio natural, le es confiada la
realización del mismo en el avanzar de la conciencia de sí, que se despliega
desde el Espíritu Universal. Este pueblo en la historia universal es, en esa
época, el dominante: sólo puede hacer época en ella una vez (§ 346).
Frente a su derecho absoluto, de ser guía en el presente momento del desarrollo
del Espíritu Universal, los espíritus de los demás pueblos carecen de derecho y
como aquellos cuya época ya ha pasado, no pesan más en la historia universal.
La
historia particular de un pueblo comprendido en la historia universal, contiene
en parte el desenvolvimiento de su principio desde su latente condición
infantil hasta su florecer, en el cual, unido a su libre conciencia de si
moral, se ensambla en la historia universal; y, en parte, encierra también el
período de la decadencia y de la disolución; puesto que así se traza en él el
relieve de un principio más elevado, como negativo de aquello que le es propio.
De ese modo, se señala el tránsito del Espíritu a aquel principio, y de la
historia universal a otro pueblo —^periodo a partir del cual aquel
pueblo ha perdido el interés absoluto—, esto es, que entonces acoge en sí,
también positivamente y se atribuye el principio más elevado; pero se comporta
con él, como con algo que le ha sido transmitido, sin vivacidad y frescura
inmanentes; quizás pierde su independencia, tal vez aún continúe o siga
viviendo como Estado particular, o como círculo de Estados y se mezcle, acaso,
en múltiples tentativas internas y en luchas externas.
§ 348
En la culminación de todas las acciones, también de aquellas de la
historia del mundo, los individuos intervienen como la
subjetividad que realiza lo sustancial (§ 279). En cuanto constituyen la vida
del hecho sustancial del Espíritu universal directamente idénticos con aquél,
tal culminación se oculta a ellos mismos y no es objeto ni fin (§ 344); también
tiene ellos el honor de aquello y el reconocimiento, no en sus
contemporáneos (allí) ni en la opinión pública de la posteridad; sino que, como
subjetividades formales, sólo tienen en esa opinión su parte como gloria
inmortal.
§ 349
Un pueblo no es aún un Estado,
y el tránsito de la familia, de la horda, de una estirpe, de una multitud,
etcétera, a la condición de Estado, constituye la realización formal de
la Idea en general. Sin esa forma, al pueblo como sustancia moral, que es tal en
si, le falta la objetividad de tener en las leyes, como determinaciones
pensadas, una existencia universal y válida universalmente para sí y para los
otros, y, por lo tanto, no es reconocido; su independencia, en cuanto carece de
legalidad objetiva y de racionalidad firme por sí, es solamente formal y, por
eso, no es soberanía.
También en la interpretación
vulgar, un Estado patriarcal no se asigna constitución, ni se llama Estado a un
pueblo en esa condición ni soberanía a su independencia. Antes del comienzo de
la historia real se manifiesta, por un lado, la inocencia desinteresada,
obtusa, y por otro, el valor militar de la lucha formal por el reconocimiento y
de la venganza (§ 331).
§ 350
Resaltar en las
determinaciones legales y en las instituciones objetivas que provienen del
matrimonio y de la agricultura (§ 203), es el derecho absoluto de la Idea, sea
que la forma de su realización aparezca como legislación y beneficios divinos,
o como violencia e injusticia; este derecho constituye el derecho de los
héroes en la instauración de los Estados.
§ 351
Por la misma determinación,
sucede que naciones cultas consideren y traten a otras, que están más atrasadas
en los momentos sustanciales del Estado (los pueblos pastores, cazadores,
agricultores, etcétera), como bárbaras, con la conciencia de un derecho
desigual, y su autonomía es considerada como algo formal.
En las guerras y en
las contiendas, que surgen en tales relaciones, el momento en el cual ellas van
a la lucha por el reconocimiento con relación a un determinado valor
intrínseco, constituye el instante que les proporciona un significado para la
historia del mundo.
§ 352
Las ideas concretas, los espíritus nacionales,
tienen su verdad y determinación en la Idea concreta, así como ésta es la universalidad
absoluta en el espíritu universal, en torno al
cual aquéllas son como los ejecutores de su
realización y como testimonio y ornamento de su magnificencia.
Pues
que el espíritu universal, como tal espíritu solamente es el movimiento de su
actividad, de saberse absoluto y de liberar a su conciencia de la forma de la
contigüidad natural y llegar a sí mismo; los principios de las
formaciones de esta conciencia de sí en el proceso de su emancipación, los
elementos predominantes o dominios de la historia universal, son cuatro.
§ 353
El primero, como
revelación inmediata, tiene por fundamento a la forma del espíritu
sustancial, como identidad, en la cual la individualidad permanece sumergida en
su esencia y por sí indecisa.
El segundo principio
es el saber del Espíritu sustancial, de suerte que él constituye el contenido y
el cumplimiento efectivo, el ser por sí, y en cuanto forma viviente del
mismo, la hermosa individualidad moral.
El tercero es
el abandonamiento en sí mismo del ser por sí, que es consciente, a la universalidad
abstracta y antítesis infinita, frente a la objetividad, igualmente
abandonada por el Espíritu.
El cuarto
principio es la mutación de esa antítesis del Espíritu, para acoger en su
interioridad a su verdad y esencia concreta y ser íntimo y reconciliado
en la objetividad; y puesto que este Espíritu vuelto a la primera
sustancialidad es aquel que ha retomado desde la antítesis infinita, esto es,
de producir y de saber ésta su verdad como pensamiento y como mundo de la
realidad legal.
§ 354
Según estos cuatro
principios, los dominios de la historia universal son: 1º, el oriental; 2º, el
griego; 3º, el romano; 4º, el germánico.
— El Mundo Oriental
§ 355
Este primer mundo constituye la intuición universal,
que deriva de la totalidad natural patriarcal, en sí indivisa, sustancial, en
la que el gobierno del mundo es teocracia, el soberano también es Sumo
Sacerdote o Dios, la constitución del Estado y la legislación son a la vez
religión, así como los preceptos religiosos y morales, o mejor dicho, sus
prácticas, son igualmente leyes del Estado y del derecho.
En la magnificencia
de esa totalidad, la personalidad individual sin derecho perece; la naturaleza
exterior es directamente divina, o un adorno de Dios, y la historia de la
realidad es poesía.
Las
diferencias, desplegándose según los distintos aspectos de las costumbres y del
gobierno del Estado, vienen a ser en lugar de las leyes, a pesar de la simple
práctica, ceremonias serias, minuciosas y supersticiosas: accidentalidad de un
poder personal y de un dominio arbitrario; y la organización en clases se
convierte en uniformidad natural de castas. El Estado oriental es vivo
solamente en su movimiento que —porque en él mismo nada es estable y lo que es
constante está anquilosado—, avanza hacia el exterior y se transforma en furia
y devastación primaria; la quietud interna es vida privada e inmersión en la
debilidad y en la languidez.
El momento de la espiritualidad
todavía sustancial, natural, en la formación del Estado —que, en cuanto
forma, constituye en la historia de cada Estado el punto de partida
absoluto—, se pone de relieve y se demuestra en los Estados particulares
históricamente y, a la vez con profundo sentido y enseñanza, en la obra: De
la caída de los Estados naturales, Berlín, 1812, del doctor Stuhr; con él,
ha sido abierta una vía para la consideración racional de la historia de la
constitución y de la historia en general.
El principio de la
subjetividad y de la libertad consciente de sí es demostrado allí en la nación
germánica; y aunque el tratado sólo llega hasta la caída de los Estados de
natura, ese principio ha sido desarrollado hasta donde, en parte, aparece como
inquieta movilidad, arbitrio humano y destrucción; y, en parte, en su forma
particular como sentimiento, y no ha sido desenvuelto hasta la
objetividad de la sustancialidad consciente de si, hasta la legalidad orgánica.
2. — El Mundo
Griego
§ 356
Este mundo tiene
como base la unidad sustancial de lo finito y de lo infinito, pero solamente
como fundamento misterioso, reprimido en el recuerdo embotado, en los antros e
imaginaciones de la tradición, que asomándose, desde el espíritu que se
diferencia, a la espiritualidad individual y a la luz del saber, es atemperada
y se transfigura en belleza y en ética libre y serena.
En esta
determinación surge el principio de la individualidad personal, en cuanto aún
no está encerrada en sí, sino mantenida en su unidad ideal; en parte, la
totalidad se fracciona en un ámbito de particulares espíritus nacionales, y en
parte, la decisión final de la voluntad no está colocada todavía por un lado,
en la subjetividad de la conciencia de sí que es por sí, sino en un poder que
esté más elevado y fuera de la misma (§ 279), y por otro, la particularidad
perteneciente a la necesidad aún no está comprendida en la libertad, sino
excluida en un estado de esclavitud.
3. — El Mundo
Romano
§ 357
En este mundo la
diferenciación se cumple en un infinito desgarramiento de la vida moral, en los
extremos de la conciencia de sí, privada, personal y de la universalidad
abstracta. La oposición, derivada de la intuición sustancial de una
aristocracia, frente al principio de la personalidad libre en la forma de la
democracia, se despliega en aquel aspecto, como superstición y afirmación de
potencia fría y ávida; y desde otro, como corrupción de una plebe; y la
disolución de la totalidad tiene término en la infelicidad universal, en la
muerte de la vida ética, en la cual las individualidades nacionales perecen en
la unidad de un panteón y todos los individuos se rebajan a personas privadas y
a iguales en un derecho formal; oposición que mantiene unido solamente a
un arbitrio abstracto que se arroja en lo monstruoso.
4. — El Mundo
Germánico
§ 358
De
esta rutina de sí y de su mundo y del infinito dolor del mismo, como el que
tuvo que experimentar el pueblo israelita, el Espíritu reprimido en sí en el
extremo de la negación absoluta, en el momento crítico que es en
sí y por sí, comprende lo positivo infinito de su interioridad, el
principio de la unidad de la naturaleza divina y humana, la reconciliación de
la verdad objetiva y de la libertad aparecida dentro de la conciencia de sí y
de la subjetividad; reconciliación cuyo cumplimiento es asignado al principio
nórdico de los pueblos germánicos.
§ 359
La
interioridad del principio, como conciliación y resolución aún abstractas,
presentes en el sentimiento como fe, amor y esperanza, de todas las antítesis,
despliega su contenido para elevarlo a una realidad y racionalidad consciente
de sí, a un reino mundano, que surge del corazón, de la fidelidad y de
la asociación de los libres que, en ésta su subjetividad, igualmente es reino
del arbitrio torpe, que es por sí, y de la barbarie de las costumbres —frente a
un mundo del más allá, frente a un reino del entendimiento cuyo
contenido es, por cierto, aquella verdad de su espíritu—; pero, como aún no
pensado, se enreda en la barbarie de la representación, y, en cuanto poder
espiritual sobre el ánimo real, se condice frente al mismo como poder terrible
y no libre.
§ 360
Puesto que —en la ruda lucha de estos dominios que se dan en antítesis,
la que ha adquirido aquí su oposición absoluta, y arraigados, a la vez, en una
sola unidad y en una idea— la espiritualidad rebaja la existencia de su
cielo a algo que se encontrase en el más acá terrestre, y a una mundanidad
vulgar, en la realidad y en la representación; contrariamente la mundanidad
desenvuelve su ser abstracto por sí a pensamiento y a principio de ser racional
y de saber, a racionalidad del derecho y de la ley; la antítesis en sí
desaparece en una apariencia sin huella; la actualidad ha deshojado su barbarie
y su arbitrariedad injusta y la verdad, su más allá y poder accidental. De
suerte que ha sucedido objetivamente la verdadera conciliación que despliega el
Estado a la representación y a la realidad de la razón; en la cual la conciencia
de sí encuentra la realidad de su saber y querer sustancial en el
desenvolvimiento orgánico, así como en la religión el sentimiento y la
representación de ésta su verdad como esencialidad ideal; pero en el saber halla
al libre conocimiento comprensivo de esta verdad, en cuanto es una misma en sus
manifestaciones que se completan en el Estado, en la Naturaleza y en el Mundo
ideal.
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