6. Carta a las escuelas de Buda
Ustedes que no están en la carne, que saben en qué punto de su trayectoria carnal, de su vaivén insensato, el alma e ncuentra el absoluto, la palabra nueva, la tierra inferior. Ustedes que saben cómo uno da vueltas en el pensamiento y cómo el espíritu puede salvarse a sí mismo. Ustedes que son interiores a ustedes mismos, que no tienen un espíritu a nivel de la carne: aq uí hay manos que no se limitan a tomar, cerebros que ven más allá de un bosque de techos, de un florecer de fachadas, de un pueblo de ruedas, de una actividad de fuego y mármoles. Aunque avance ese pueblo de hierro, aunque avancen las palabras escritas con la velocidad de la luz, aunque avancen los sexos uno hacia otro con la violencia de un cañonazo, ¿qué habrá cambiado en las rutas del alma, qué en los espasmos del corazón, en la insatisfacción del espíritu?
Por eso, arrojen al agua a todos esos blancos que llegan con sus cabezas pequeñas y sus espíritus bien manejados. Es necesario ahora que esos perros nos oigan: no hablamos del viejo mal humano. Nuestro espíritu sufre de otras necesidades que las inherentes a la vida. Sufrimos de una podredumbre, la po dredumbre de la Razón.
La lógica Europea aplasta sin cesar al espíritu entre los martillos de los de dos términos opuestos, abre el espíritu y lo vuelve a cerrar. Pero ahora el estrangulamiento ha llegado al colmo, ya hace demasiado tiempo que padecemos bajo el yugo. El espíritu es más grande que el espíritu, la metamorfosis de la vida son múltiples. Como ustedes, rechazamos el progreso: vengan, tiren abajo nuestras viviendas.
Que sigan todavía nuestros escribas escribiendo, nuestros periodistas cacareand o, nuestros críticos mascullando, nuestros usureros deslizándose en sus moldes de rapiña, nuestros políticos perorando y nuestros asesinos legales incubando sus crímenes en paz. Nosotros sabemos - sabemos muy bien - qué es la vida. Nuestros escritores, nuest ros pensadores, nuestros doctores, nuestros charlatanes coinciden en esto: en frustrar la vida.
Que todos esos escribas escupan sobre nosotros, que nos escupan por costumbre o por manía, que nos escupan porque son castrados de espíritu, porque no pueden percibir los matices, los barros cristalinos, las tierras giratorias donde el espíritu encumbrado del hombre se transforma sin cesar. Nosotros hemos captado el pensamiento mejor. Vengan. Sálvennos de estas larvas. Inventen para nosotros nuevas viviendas.
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