31/5/13

Sobre la teoría de la relatividad - Einstein - 18. Principios de la relatividad especial y general



Segunda Parte
Sobre la teoría de la relatividad general

 18.   Principios de la relatividad especial y general

La tesis fundamental alrededor de la cual giraban to­das las consideraciones anteriores era el principio de la relatividad especial, es decir, el principio de la relativi­dad física de todo movimiento uniforme. Volvamos a analizar exactamente su contenido.

30/5/13

Sobre la teoría de la relatividad - Einstein - 17. El espacio cuadridimensional de Minkowski




17.    El espacio cuadridimensional de Minkowski

El no matemático se siente sobrecogido por un esca­lofrío místico al oír la palabra «cuadridimensional», una sensación no disímil de la provocada por el fan­tasma de una comedia. Y, sin embargo, no hay enun­ciado más banal que el que afirma que nuestro mundo cotidiano es un continuo espacio-temporal cuadridimensional.

Sobre la teoría de la relatividad - Einstein - 16. La teoría de la relatividad especial y la experiencia



16.   La teoría de la relatividad especial y la experiencia

La pregunta de hasta qué punto se ve apoyada la teoría de la relatividad especial por la experiencia no es fácil de responder, por un motivo que ya mencionamos al hablar del experimento fundamental de Fizeau. La teoría de la relatividad especial cristalizó a partir de la teoría de Maxwell-Lorentz de los fenómenos electro­magnéticos, por lo cual todos los hechos experimenta­les que apoyan esa teoría electromagnética apoyan también la teoría de la relatividad. Mencionaré aquí, por ser de especial importancia, que la teoría de la relatividad permite derivar, de manera extremada­mente simple y en consonancia con la experiencia, aquellas influencias que experimenta la luz de las estre­llas fijas debido al movimiento relativo de la Tierra respecto a ellas. Se trata del desplazamiento anual de la posición aparente de las estrellas fijas como consecuencia del movimiento terrestre alrededor del Sol (aberración) y el influjo que ejerce la componente ra­dial de los movimientos relativos de las estrellas fijas respecto a la Tierra sobre el color de la luz que llega hasta nosotros; este influjo se manifiesta en un pe­queño corrimiento de las rayas espectrales de la luz que nos llega desde una estrella fija, respecto a la posi­ción espectral de las mismas rayas espectrales obtenidas con una fuente luminosa terrestre (principio de Doppler). Los argumentos experimentales a favor de la teo­ría de Maxwell-Lorentz, que al mismo tiempo son ar­gumentos a favor de la teoría de la relatividad, son demasiado copiosos como para exponerlos aquí. De hecho, restringen hasta tal punto las posibilidades teó­ricas, que ninguna otra teoría distinta de la de Maxwell-Lorentz se ha podido imponer frente a la expe­riencia.

29/5/13

Sobre la teoría de la relatividad - Einstein - 15. Resultados generales de la teoría



15.   Resultados generales de la teoría

De las consideraciones anteriores se echa de ver que la teoría de la relatividad (especial) ha nacido de la Electrodinámica y de la Óptica. En estos campos no ha modificado mucho los enunciados de la teoría, pero ha simplificado notablemente el edificio teórico, es decir, la derivación de las leyes, y, lo que es incomparable­mente más importante, ha reducido mucho el número de hipótesis independientes sobre las que descansa la teoría. A la teoría de Maxwell-Lorentz le ha conferido un grado tal de evidencia, que aquélla se habría im­puesto con carácter general entre los físicos aunque los experimentos hubiesen hablado menos convincen­temente a su favor.

Sobre la teoría de la relatividad - Einstein - 14.El valor heurístico de la teoría de la relatividad



14.    El valor heurístico de la teoría de la relatividad

La cadena de ideas que hemos expuesto hasta aquí se puede resumir brevemente como sigue. La experiencia ha llevado a la convicción de que, por un lado, el prin­cipio de la relatividad (en sentido restringido) es vá­lido, y por otro, que la velocidad de propagación de la luz en el vacío es igual a una constante c. Uniendo estos dos postulados resultó la ley de transformación para las coordenadas rectangulares x, y, z y el tiempo t de los sucesos que componen los fenómenos naturales, obteniéndose, no la transformación de Galileo, sino (en discrepancia con la Mecánica clásica) la transforma­ción de Lorentz.

28/5/13

Sobre la teoría de la relatividad - Einstein - 13. Teorema de adición de velocidades. Experimento de Fizeau


13.    Teorema de adición de velocidades. Experimento de Fizeau

Dado que las velocidades con que en la práctica po­demos mover relojes y reglas son pequeñas frente a la velocidad de la luz c, es difícil que podamos comparar los resultados del epígrafe anterior con la realidad. Y puesto que, por otro lado, esos resultados le parecerán al lector harto singulares, voy a extraer de la teoría otra consecuencia que es muy fácil de deducir de lo ante­riormente expuesto y que los experimentos confirman brillantemente.

Sobre la teoría de la relatividad - Einstein - 12. El comportamiento de reglas y relojes móviles



12.    El comportamiento de reglas y relojes móviles

Coloco una regla de un metro sobre el eje x' de K', de manera que un extremo coincida con el punto x' = 0 y el otro con el punto x' = 1. ¿Cuál es la longi­tud de la regla respecto al sistema K? Para averiguarlo podemos determinar las posiciones de ambos extremos respecto a K en un momento determinado t. De la primera ecuación de la transformación de Lorentz, para t = 0, se obtiene para estos dos puntos:



27/5/13

Sobre la teoría de la relatividad - Einstein - 11. La transformación de Lorentz



11.    La transformación de Lorentz

Las consideraciones hechas en los tres últimos epígra­fes nos muestran que la aparente incompatibilidad de la ley de propagación de la luz con el principio de relatividad en §7 está deducida a través de un razonamiento que tomaba a préstamo de la Mecánica clásica dos hipótesis injustificadas; estas hipótesis son:
1.          El intervalo temporal entre dos sucesos es independiente del estado de movimiento del cuerpo de referencia.                                                                
2.          El   intervalo  espacial  entre  dos  puntos  de un cuerpo rígido  es  independiente del  estado de movimiento del cuerpo de referencia.

Sobre la teoría de la relatividad - Einstein - 10. Sobre la relatividad del concepto de distancia espacial



10.    Sobre la relatividad del concepto de distancia espacial

Observamos dos lugares concretos del tren[1] que viaja con velocidad v por la línea y nos preguntamos qué distancia hay entre ellos. Sabemos ya que para medir una distancia se necesita un cuerpo de referencia respecto al cual hacerlo. Lo más sencillo es utilizar el propio tren como cuerpo de referencia (sistema de coordenadas). Un observador que viaja en el tren mide la distancia, transportando en línea recta una regla so­bre el suelo de los vagones, por ejemplo, hasta llegar desde uno de los puntos marcados al otro. El número que indica cuántas veces transportó la regla es entonces la distancia buscada.
Otra cosa es si se quiere medir la distancia desde la vía. Aquí se ofrece el método siguiente. Sean A' y B' los dos puntos del tren de cuya distancia se trata; estos dos puntos se mueven con velocidad v a lo largo de la vía. Preguntémonos primero por los puntos A y B de la vía por donde pasan A' y B' en un mo­mento determinado t (juzgado desde la vía). En virtud de la definición de tiempo dada en §8, estos puntos A y B de la vía son determinables. A continuación se mide la distancia entre A y B transportando repetidamente el metro a lo largo de la vía.

26/5/13

Sobre la teoría de la relatividad - Einstein - 9. La relatividad de la simultaneidad



9.   La relatividad de la simultaneidad

Hasta ahora hemos referido nuestros razonamientos a un determinado cuerpo de referencia que hemos lla­mado «terraplén» o «vías». Supongamos que por los carriles viaja un tren muy largo, con velocidad cons­tante v y en la dirección señalada en la Fig. 1. Las per­sonas que viajan en este tren hallarán ventajoso utilizar el tren como cuerpo de referencia rígido (sistema de coordenadas) y referirán todos los sucesos al tren. Todo suceso que se produce a lo largo de la vía, se produce también en un punto determinado del tren. Incluso la definición de simultaneidad se puede dar exactamente igual con respecto al tren que respecto a las vías. Sin embargo, se plantea ahora la siguiente cuestión:


Dos sucesos (p. ej., los dos rayos A y B) que son simultáneos respecto al terraplén, ¿son también simultá­neos respecto al tren? En seguida demostraremos que la respuesta tiene que ser negativa.
Cuando decimos que los rayos A y B son simultá­neos respecto a las vías, queremos decir: los rayos de luz que salen de los lugares A y B se reúnen en el punto medio M del tramo de vía A-B. Ahora bien, los sucesos A y B se corresponden también con lugares A y B en el tren. Sea M' el punto medio del segmento A-B del tren en marcha. Este punto M' es cierto que en el instante de la caída de los rayos[1] coincide con el punto M, pero, como se indica en la figura, se mueve hacia la derecha con la velocidad v del tren. Un obser­vador que estuviera sentado en el tren en M', pero que no poseyera esta velocidad, permanecería constante­mente en M, y los rayos de luz que parten de las chis­pas A y B lo alcanzarían simultáneamente, es decir, estos dos rayos de luz se reunirían precisamente en él. La realidad es, sin embargo, que (juzgando la situación desde el terraplén) este observador va al encuentro del rayo de luz que viene de B, huyendo en cambio del que avanza desde A. Por consiguiente, verá antes la luz que sale de B que la que sale de A. En resumidas cuentas, los observadores que utilizan el tren como cuerpo de referencia tienen que llegar a la conclusión de que la chispa eléctrica B ha caído antes que la A. Llegamos así a un resultado importante:
Sucesos que son simultáneos respecto al terraplén no lo son respecto al tren, y viceversa (relatividad de la simultaneidad). Cada cuerpo de referencia (sistema de coordenadas) tiene su tiempo especial; una localización temporal tiene sólo sentido cuando se indica el cuerpo de referencia al que remite.
Antes de la teoría de la relatividad, la Física suponía siempre implícitamente que el significado de los datos temporales era absoluto, es decir, independiente del estado de movimiento del cuerpo de referencia. Pero acabamos de ver que este supuesto es incompatible con la definición natural de simultaneidad; si prescindimos de él, desaparece el conflicto, expuesto en §7, entre la ley de la propagación de la luz y el principio de la relatividad.
En efecto, el conflicto proviene del razonamiento del epígrafe 6, que ahora resulta insostenible. Inferimos allí que el hombre que camina por el vagón y recorre el trecho w en un segundo, recorre ese mismo trecho tam­bién en un segundo respecto a las vías. Ahora bien, toda vez que, en virtud de las reflexiones 'anteriores, el tiempo que necesita un proceso con respecto al vagón no cabe igualarlo a la duración del mismo proceso juz­gada desde el cuerpo de referencia del terraplén, tam­poco se puede afirmar que el hombre, al caminar res­pecto a las vías, recorra el trecho w en un tiempo que —juzgado desde el terraplén— es igual a un segundo. Digamos de paso que el razonamiento de §6 des­cansa además en un segundo supuesto que, a la luz de una reflexión rigurosa, se revela arbitrario, lo cual no quita para que, antes de establecerse la teoría de la relatividad, fuese aceptado siempre (de modo implí­cito).


[1] ¡Desde el punto de vista del terraplén!



Texto Completo

25/5/13

Sobre la teoría de la relatividad - Einstein - 8. Sobre el concepto de tiempo en la Física



8.   Sobre el concepto de tiempo en la Física

Un rayo ha caído en dos lugares muy distantes A y B de la vía. Yo añado la afirmación de que ambos impactos han ocurrido simultáneamente. Si ahora te pregunto, querido lector, si esta afirmación tiene o no sentido, me contestarás con un «sí» contundente. Pero si luego te importuno con el ruego de que me expli­ques con más precisión ese sentido, advertirás tras cierta reflexión que la respuesta no es tan sencilla como parece a primera vista.

Sobre la teoría de la relatividad - Einstein - 7. La aparente incompatibilidad de la ley de propagación de la luz con el principio de la relatividad



7.    La aparente incompatibilidad de la ley de propagación de la luz con el principio de la relatividad

Apenas hay en la física una ley más sencilla que la de propagación de la luz en el espacio vacío. Cualquier escolar sabe (o cree saber) que esta propagación se produce en línea recta con una velocidad de c = 300.000 km/s. En cualquier caso, sabemos con gran exactitud que esta velocidad es la misma para todos los colores, porque si no fuera así, el mínimo de emisión en el eclipse de una estrella fija por su compañera oscura no se observaría simultáneamente para los di­versos colores. A través de un razonamiento similar, relativo a observaciones de las estrellas dobles, el as­trónomo holandés De Sitter consiguió también demos­trar que la velocidad de propagación de la luz no puede depender de la velocidad del movimiento del cuerpo emisor. La hipótesis de que esta velocidad de propaga­ción depende de la dirección «en el espacio» es de suyo improbable.

24/5/13

Sobre la teoría de la relatividad - Einstein - 6. El teorema de adición de velocidades según la Mecánica clásica



6.    El teorema de adición de velocidades según la Mecánica clásica

Supongamos que nuestro tan traído y llevado vagón de ferrocarril viaja con velocidad constante v por la línea, e imaginemos que por su interior camina un hombre en la dirección de marcha con velocidad w. ¿Con qué velocidad W avanza el hombre respecto a la vía al caminar? La única respuesta posible parece des­prenderse de la siguiente consideración:

Sobre la teoría de la relatividad - Einstein - 5. El principio de la relatividad (en sentido restringido)



5.    El principio de la relatividad (en sentido restringido)



Para conseguir la mayor claridad posible, volvamos al ejemplo del vagón de tren que lleva una marcha uni­forme. Su movimiento decimos que es una traslación uniforme («uniforme», porque es de velocidad y direc­ción constantes; «traslación», porque aunque la posi­ción del vagón varía con respecto a la vía, no ejecuta ningún giro). Supongamos que por los aires vuela un cuervo en línea recta y uniformemente (respecto a la vía). No hay duda de que el movimiento del cuervo es —respecto al vagón en marcha— un movimiento de distinta velocidad y diferente dirección, pero sigue siendo rectilíneo y uniforme. Expresado de modo abs­tracto: si una masa m se mueve en línea recta y unifor­memente respecto a un sistema de coordenadas K, en­tonces también se mueve en línea recta y uniforme­mente respecto a un segundo sistema de coordenadas K', siempre que éste ejecute respecto a K un movi­miento de traslación uniforme. Teniendo en cuenta lo dicho en el párrafo anterior, se desprende de aquí lo siguiente:
Si K es un sistema de coordenadas de Galileo, en­tonces también lo es cualquier otro sistema de coorde­nadas K' que respecto a K se halle en un estado de traslación uniforme. Las leyes de la Mecánica de Galileo-Newton valen tanto respecto a K' como respecto a K

23/5/13

Sobre la teoría de la relatividad - Einstein - 4. El sistema de coordenadas de Galileo



4.    El sistema de coordenadas de Galileo

Como es sabido, la ley fundamental de la Mecánica de Galileo y Newton, conocida por la ley de inercia, dice: un cuerpo suficientemente alejado de otros cuer­pos persiste en su estado de reposo o de movimiento rectilíneo uniforme. Este principio se pronuncia no sólo sobre el movimiento de los cuerpos, sino también sobre qué cuerpos de referencia o sistemas de coorde­nadas son permisibles en la Mecánica y pueden utili­zarse en las descripciones mecánicas. Algunos de los cuerpos a los que sin duda cabe aplicar con gran apro­ximación la ley de inercia son las estrellas fijas. Ahora bien, si utilizamos un sistema de coordenadas solidario con la Tierra, cada estrella fija describe, con relación a él y a lo largo de un día (astronómico), una circunfe­rencia de radio enorme, en contradicción con el enun­ciado de la ley de inercia. Así pues, si uno se atiene a esta ley, entonces los movimientos sólo cabe referirlos a sistemas de coordenadas con relación a los cuales las estrellas fijas no ejecutan movimientos circulares. Un sistema de coordenadas cuyo estado de movimiento es tal que con relación a él es válida la ley de inercia lo llamamos «sistema de coordenadas de Galileo». Las le­yes de la Mecánica de Galileo-Newton sólo tienen vali­dez para sistemas de coordenadas de Galileo.

Sobre la teoría de la relatividad - Einstein - 3. Espacio y tiempo en la Mecánica clásica



3.    Espacio y tiempo en la Mecánica clásica

Si formulo el objetivo de la Mecánica diciendo que «la Mecánica debe describir cómo varía con el tiempo la posición de los cuerpos en el espacio», sin añadir grandes reservas y prolijas explicaciones, cargaría sobre mi conciencia algunos pecados capitales contra el sa­grado espíritu de la claridad. Indiquemos antes que nada estos pecados.

22/5/13

Sobre la teoría de la relatividad - Einstein - 2.El sistema de coordenadas



2.   El sistema de coordenadas

Basándonos en la interpretación física de la distancia que acabamos de señalar estamos también en condicio­nes de determinar la distancia entre dos puntos de un cuerpo rígido por medio de mediciones. Para ello ne­cesitamos un segmento (regla S) que podamos utilizar de una vez para siempre y que sirva de escala unidad. Si A y B son dos puntos de un cuerpo rígido, su recta de unión es entonces construible según las leyes de la Geometría; sobre esta recta de unión, y a partir de A, llevamos el segmento S tantas veces como sea necesa­rio para llegar a B. El número de repeticiones de esta operación es la medida del segmento AB. Sobre esto descansa toda medición de longitudes[1].

Sobre la teoría de la relatividad - Einstein - 1. El contenido físico de los teoremas geométricos



1.    El contenido físico de los teoremas geométricos


Seguro que también tú, querido lector, entablaste de niño conocimiento con el soberbio edificio de la Geo­metría de Euclides y recuerdas, quizá con más respeto que amor, la imponente construcción por cuyas altas escalinatas te pasearon durante horas sin cuento los meticulosos profesores de la asignatura. Y seguro que, en virtud de ese tu pasado, castigarías con el desprecio a cualquiera que declarase falso incluso el más recón­dito teoremita de esta ciencia. Pero es muy posible que este sentimiento de orgullosa seguridad te abandonara de inmediato si alguien te preguntara: «¿Qué entiendes tú al afirmar que estos teoremas son verdaderos?». De­tengámonos un rato en esta cuestión.

20/5/13

Candide - Voltaire - Chapter XXX

CHAPTER 30

Conclusion


Candide had, in truth, no great inclination to marry Miss Cunegund; but the extreme impertinence of the Baron determined him to conclude the match; and Cunegund pressed him so warmly, that he could not recant. He consulted Pangloss, Martin, and the faithful Cacambo. Pangloss composed a fine memorial, by which he proved that the Baron had no right over his sister; and that she might, according to all the laws of the Empire, marry Candide with the left hand. Martin concluded to throw the Baron into the sea; Cacambo decided that he must be delivered to the Turkish captain and sent to the galleys; after which he should be conveyed by the first ship to the Father General at Rome. This advice was found to be good; the old woman approved of it, and not a syllable was said to his sister; the business was executed for a little money; and they had the pleasure of tricking a Jesuit, and punishing the pride of a German baron.

Candide - Voltaire - Chapter XXIX

CHAPTER 29

In What Manner Candide Found Miss Cunegund and the Old Woman Again


While Candide, the Baron, Pangloss, Martin, and Cacambo, were relating their several adventures, and reasoning on the contingent or noncontingent events of this world; on causes and effects; on moral and physical evil; on free will and necessity; and on the consolation that may be felt by a person when a slave and chained to an oar in a Turkish galley, they arrived at the house of the Transylvanian prince on the shores of the Propontis. The first objects they beheld there, were Miss Cunegund and the old woman, who were hanging some tablecloths on a line to dry.

19/5/13

Candide - Voltaire - Chapter XXVIII

CHAPTER 28

What Befell Candide, Cunegund, Pangloss, Martin, etc.


Pardon,” said Candide to the Baron; “once more let me entreat your pardon, Reverend Father, for running you through the body.”
“Say no more about it,” replied the Baron. “I was a little too hasty I must own; but as you seem to be desirous to know by what accident I came to be a slave on board the galley where you saw me, I will inform you. After I had been cured of the wound you gave me, by the College apothecary, I was attacked and carried off by a party of Spanish troops, who clapped me in prison in Buenos Ayres, at the very time my sister was setting out from there. I asked leave to return to Rome, to the general of my Order, who appointed me chaplain to the French Ambassador at Constantinople. I had not been a week in my new office, when I happened to meet one evening a young Icoglan, extremely handsome and well-made. The weather was very hot; the young man had an inclination to bathe. I took the opportunity to bathe likewise. I did not know it was a crime for a Christian to be found naked in company with a young Turk. A cadi ordered me to receive a hundred blows on the soles of my feet, and sent me to the galleys. I do not believe that there was ever an act of more flagrant injustice. But I would fain know how my sister came to be a scullion to a Transylvanian prince, who has taken refuge among the Turks?”
“But how happens it that I behold you again, my dear Pangloss?” said Candide.

Candide - Voltaire - Chapter XXVII

CHAPTER 27

Candide’s Voyage to Constantinople


The trusty Cacambo had already engaged the captain of the Turkish ship that was to carry Sultan Achmet back to Constantinople to take Candide and Martin on board. Accordingly they both embarked, after paying their obeisance to his miserable Highness. As they were going on board, Candide said to Martin:
“You see we supped in company with six dethroned Kings, and to one of them I gave charity. Perhaps there may be a great many other princes still more unfortunate. For my part I have lost only a hundred sheep, and am now going to fly to the arms of my charming Miss Cunegund. My dear Martin, I must insist on it, that Pangloss was in the right. All is for the best.”

18/5/13

Candide - Voltaire - Chapter XXVI

CHAPTER 26

Candide and Martin Sup with Six Sharpers—Who They Were


One evening as Candide, with his attendant Martin, was going to sit down to supper with some foreigners who lodged in the same inn where they had taken up their quarters, a man with a face the color of soot came behind him, and taking him by the arm, said, “Hold yourself in readiness to go along with us; be sure you do not fail.”

Candide - Voltaire - Chapter XXV

CHAPTER 25

Candide and Martin Pay a Visit to Seignor Pococurante, a Noble Venetian


Candide and his friend Martin went in a gondola on the Brenta, and arrived at the palace of the noble Pococurante. The gardens were laid out in elegant taste, and adorned with fine marble statues; his palace was built after the most approved rules of architecture. The master of the house, who was a man of affairs, and very rich, received our two travelers with great politeness, but without much ceremony, which somewhat disconcerted Candide, but was not at all displeasing to Martin.

17/5/13

Candide - Voltaire - Chapter XXIV

CHAPTER 24

Of Pacquette and Friar Giroflee


Upon their arrival at Venice Candide went in search of Cacambo at every inn and coffee-house, and among all the ladies of pleasure, but could hear nothing of him. He sent every day to inquire what ships were in, still no news of Cacambo.

Candide - Voltaire - Chapter XXIII

CHAPTER 23

Candide and Martin Touch upon the English Coast—What They See There


Ah Pangloss! Pangloss! ah Martin! ah my dear Miss Cunegund! What sort of a world is this?” Thus exclaimed Candide as soon as he got on board the Dutch ship.
“Why something very foolish, and very abominable,” said Martin.

16/5/13

Candide - Voltaire - Chapter XXII

CHAPTER 22

What Happened to Candide and Martin in France


Candide stayed no longer at Bordeaux than was necessary to dispose of a few of the pebbles he had brought from El Dorado, and to provide himself with a post-chaise for two persons, for he could no longer stir a step without his philosopher Martin. The only thing that give him concern was being obliged to leave his sheep behind him, which he entrusted to the care of the Academy of Sciences at Bordeaux, who proposed, as a prize subject for the year, to prove why the wool of this sheep was red; and the prize was adjudged to a northern sage, who demonstrated by A plus B, minus C, divided by Z, that the sheep must necessarily be red, and die of the mange.

Candide - Voltaire - Chapter XXI

CHAPTER 21

Candide and Martin, While Thus Reasoning with Each Other, Draw Near to the Coast of France


At length they descried the coast of France, when Candide said to Martin, “Pray Monsieur Martin, were you ever in France?”
“Yes, sir,” said Martin, “I have been in several provinces of that kingdom. In some, one half of the people are fools and madmen; in some, they are too artful; in others, again, they are, in general, either very good-natured or very brutal; while in others, they affect to be witty, and in all, their ruling passion is love, the next is slander, and the last is to talk nonsense.”
“But, pray, Monsieur Martin, were you ever in Paris?”

15/5/13

Candide - Voltaire - Chapter XX

CHAPTER 20

What Befell Candide and Martin on Their Passage


The old philosopher, whose name was Martin, took shipping with Candide for Bordeaux. Both had seen and suffered a great deal, and had the ship been going from Surinam to Japan round the Cape of Good Hope, they could have found sufficient entertainment for each other during the whole voyage, in discoursing upon moral and natural evil.

Candide - Voltaire - Chapter XIX

CHAPTER 19

What Happened to Them at Surinam, and How Candide Became Acquainted with Martin


Our travelers’ first day’s journey was very pleasant; they were elated with the prospect of possessing more riches than were to be found in Europe, Asia, and Africa together. Candide, in amorous transports, cut the name of Miss Cunegund on almost every tree he came to. The second day two of their sheep sunk in a morass, and were swallowed up with their Jading; two more died of fatigue; some few days afterwards seven or eight perished with hunger in a desert, and others, at different times, tumbled down precipices, or were otherwise lost, so that, after traveling about a hundred days they had only two sheep left of the hundred and two they brought with them from El Dorado.
Said Candide to Cacambo, “You see, my dear friend, how perishable the riches of this world are; there is nothing solid but virtue.”

14/5/13

Candide - Voltaire - Chapter XVIII

CHAPTER 18

What They Saw in the Country of El Dorado


Cacambo vented all his curiosity upon his landlord by a thousand different questions; the honest man answered him thus, “I am very ignorant, sir, but I am contented with my ignorance; however, we have in this neighborhood an old man retired from court, who is the most learned and communicative person in the whole kingdom.”

Candide - Voltaire - Chapter XVII

CHAPTER 17

Candide and His Valet Arrive in the Country of El Dorado—What They Saw There


When to the frontiers of the Oreillons, said Cacambo to Candide, “You see, this hemisphere is not better than the other; now take my advice and let us return to Europe by the shortest way possible.”
“But how can we get back?” said Candide; “and whither shall we go? To my own country? The Bulgarians and the Abares are laying that waste with fire and sword. Or shall we go to Portugal? There I shall be burned; and if we abide here we are every moment in danger of being spitted. But how can I bring myself to quit that part of the world where my dear Miss Cunegund has her residence?”
“Let us return towards Cayenne,” said Cacambo. “There we shall meet with some Frenchmen, for you know those gentry ramble all over the world. Perhaps they will assist us, and God will look with pity on our distress.”

13/5/13

Candide - Voltaire - Chapter XVI

CHAPTER 16

What Happened to Our Two Travelers with Two Girls, Two Monkeys, and the Savages, Called Oreillons


Candide and his valet had already passed the frontiers before it was known that the German Jesuit was dead. The wary Cacambo had taken care to fill his wallet with bread, chocolate, some ham, some fruit, and a few bottles of wine. They penetrated with their Andalusian horses into a strange country, where they could discover no beaten path. At length a beautiful meadow, intersected with purling rills, opened to their view. Cacambo proposed to his master to take some nourishment, and he set him an example.

Candide - Voltaire - Chapter XV

CHAPTER 15

How Candide Killed the Brother of His Dear Cunegund


Never while I live shall I lose the remembrance of that horrible day on which I saw my father and mother barbarously butchered before my eyes, and my sister ravished. When the Bulgarians retired we searched in vain for my dear sister. She was nowhere to be found; but the bodies of my father, mother, and myself, with two servant maids and three little boys, all of whom had been murdered by the remorseless enemy, were thrown into a cart to be buried in a chapel belonging to the Jesuits, within two leagues of our family seat. A Jesuit sprinkled us with some holy water, which was confounded salty, and a few drops of it went into my eyes; the father perceived that my eyelids stirred a little; he put his hand upon my breast and felt my heartbeat; upon which he gave me proper assistance, and at the end of three weeks I was perfectly recovered. You know, my dear Candide, I was very handsome; I became still more so, and the Reverend Father Croust, superior of that house, took a great fancy to me; he gave me the habit of the order, and some years afterwards I was sent to Rome. Our General stood in need of new recruits of young German Jesuits. The sovereigns of Paraguay admit of as few Spanish Jesuits as possible; they prefer those of other nations, as being more obedient to command. The Reverend Father General looked upon me as a proper person to work in that vineyard. I set out in company with a Polander and a Tyrolese. Upon my arrival I was honored with a subdeaconship and a lieutenancy. Now I am colonel and priest. We shall give a warm reception to the King of Spain’s troops; I can assure you they will be well excommunicated and beaten. Providence has sent you hither to assist us. But is it true that my dear sister Cunegund is in the neighborhood with the Governor of Buenos Ayres?”

12/5/13

Candide - Voltaire - Chapter XIV

CHAPTER 14
The Reception Candide and Cacambo Met with among the Jesuits in Paraguay

Candide had brought with him from Cadiz such a footman as one often meets with on the coasts of Spain and in the colonies. He was the fourth part of a Spaniard, of a mongrel breed, and born in Tucuman. He had successively gone through the profession of a singing boy, sexton, sailor, monk, peddler, soldier, and lackey. His name was Cacambo; he had a great affection for his master, because his master was a very good man. He immediately saddled the two Andalusian horses.

Candide - Voltaire - Chapter XIII

CHAPTER 13
How Candide Was Obliged to Leave the Fair Cunegund and the Old Woman


The fair Cunegund, being thus made acquainted with the history of the old woman’s life and adventures, paid her all the respect and civility due to a person of her rank and merit. She very readily acceded to her proposal of engaging the passengers to relate their adventures in their turns, and was at length, as well as Candide, compelled to acknowledge that the old woman was in the right.

11/5/13

Candide - Voltaire - Chapter XII

CHAPTER 12
The Adventures of the Old Woman Continued


Astonished and delighted to hear my native language, and no less surprised at the young man’s words, I told him that there were far greater misfortunes in the world than what he complained of. And to convince him of it, I gave him a short history of the horrible disasters that had befallen me; and as soon as I had finished, fell into a swoon again.
“He carried me in his arms to a neighboring cottage, where he had me put to bed, procured me something to eat, waited on me with the greatest attention, comforted me, caressed me, told me that he had never seen anything so perfectly beautiful as myself, and that he had never so much regretted the loss of what no one could restore to him.

Candide - Voltaire - Chapter XI

CHAPTER 11
The History of the Old Woman


I have not always been blear-eyed. My nose did not always touch my chin; nor was I always a servant. You must know that I am the daughter of Pope Urban X, and of the Princess of Palestrina. To the age of fourteen I was brought up in a castle, compared with which all the castles of the German barons would not have been fit for stabling, and one of my robes would have bought half the province of Westphalia. I grew up, and improved in beauty, wit, and every graceful accomplishment; and in the midst of pleasures, homage, and the highest expectations. I already began to inspire the men with love. My breast began to take its right form, and such a breast! white, firm, and formed like that of the Venus de’ Medici; my eyebrows were as black as jet, and as for my eyes, they darted flames and eclipsed the luster of the stars, as I was told by the poets of our part of the world. My maids, when they dressed and undressed me, used to fall into an ecstasy in viewing me before and behind; and all the men longed to be in their places.

10/5/13

Candide - Voltaire - Chapter X

CHAPTER 10
In What Distress Candide, Cunegund, and the Old Woman Arrive at Cadiz, and Of Their Embarkation


Who could it be that has robbed me of my moidores and jewels?” exclaimed Miss Cunegund, all bathed in tears. “How shall we live? What shall we do? Where shall I find Inquisitors and Jews who can give me more?”
“Alas!” said the old woman, “I have a shrewd suspicion of a reverend Franciscan father, who lay last night in the same inn with us at Badajoz. God forbid I should condemn any one wrongfully, but he came into our room twice, and he set off in the morning long before us.”

Candide - Voltaire - Chapter IX

CHAPTER 9
What Happened to Cunegund, Candide, the Grand Inquisitor, and the Jew


This same Issachar was the most choleric little Hebrew that had ever been in Israel since the captivity of Babylon.
“What,” said he, “thou Galilean slut? The Inquisitor was not enough for thee, but this rascal must come in for a share with me?”
In uttering these words, he drew out a long poniard, which he always carried about him, and never dreaming that his adversary had any arms, he attacked him most furiously; but our honest Westphalian had received from the old woman a handsome sword with the suit of clothes. Candide drew his rapier, and though he was very gentle and sweet-tempered, he laid the Israelite dead on the floor at the fair Cunegund’s feet.
“Holy Virgin!” cried she, “what will become of us? A man killed in my apartment! If the peace-officers come, we are undone.”

9/5/13

Candide - Voltaire - Chapter VIII

CHAPTER 8

Cunegund’s Story


I was in bed, and fast asleep, when it pleased Heaven to send the Bulgarians to our delightful castle of Thunder-ten-tronckh, where they murdered my father and brother, and cut my mother in pieces. A tall Bulgarian soldier, six feet high, perceiving that I had fainted away at this sight, attempted to ravish me; the operation brought me to my senses. I cried, I struggled, I bit, I scratched, I would have torn the tall Bulgarian’s eyes out, not knowing that what had happened at my father’s castle was a customary thing. The brutal soldier, enraged at my resistance, gave me a wound in my left leg with his hanger, the mark of which I still carry.”

Candide - Voltaire - Chapter VII

CHAPTER 7

How the Old Woman Took Care Of Candide, and How He Found the Object of His Love


Candide followed the old woman, though without taking courage, to a decayed house, where she gave him a pot of pomatum to anoint his sores, showed him a very neat bed, with a suit of clothes hanging by it; and set victuals and drink before him.