de noviembre de 1694 – ibídem, 30 de mayo de 1778) |
En medio de la crisis institucional de la iglesia católica, Voltaire nos ofrece una interesante perspectiva del extremismo católico.
CAPÍTULO VI: Se celebra un auto de fe para prevenir los terremotos y Cándido es azotado.
"Tras aquel terremoto que había destruido las tres cuartas partes de Lisboa, los sabios del país no habían hallado mejor método para prevenir el desastre total que ofrecerle al pueblo un hermoso auto de fe: la universidad de Coimbra había decidido que el espectáculo de algunas personas quemadas a fuego lento, con el gran ritual al uso, era el remedio infalible para que la tierra no temblase.
Por consiguiente se había apresado a un vizcaíno convicto de haberse casado con su comadre, y a dos portugueses que, al ir a comer un pollo, habían apartado el tocino en el que estaba envuelto: después de cenar prendieron al doctor Pangloss y a su discípulo Cándido, al uno por haber hablado y al otro por haber escuchado con cierto aire de aprobación: los dos fueron encerrados en unas celdas extremadamente frías, en las que nunca entraba el sol: ocho días más tarde les vistieron con el sambenito, y les adornaron la cabeza con unas mitras de papel; en la mitra y en el sambenito de
Cándido estaban pintadas unas llamaradas invertidas y unos diablos que no tenían ni rabo ni garras, por el contrario los diablos de Pangloss tenían garras y rabos y las llamas estaban derechas. Vestidos de esta manera fueron en procesión a oír un sermón muy patético, seguido de una excelente música coral. Al compás de ésta, Cándido fue azotado, el vizcaíno y los dos hombres que no habían querido comer tocino fueron quemados, y Pangloss fue ahorcado, si bien no era ésta la costumbre. Aquel mismo día la tierra tembló de nuevo con un estruendo horroroso.
Cándido, aterrorizado, desconcertado, sobrecogido, completamente ensangrentado y tembloroso, se decía a sí mismo:
"Si éste es el mejor de los mundos posibles, ¿cómo serán los otros? Si al menos sólo me hubieran azotado a mí, que ya me lo hicieron los búlgaros; pero, ¡oh mi querido Pangloss, el más grande de los filósofos!, ¿por qué tenía que ver cómo os ahorcaban sin saber el motivo? ¡Oh mi querido anabatista, el mejor de los hombres!, ¿por qué teníais que ahogaros en el puerto? ¡Oh señorita Cunegunda, la perla de las muchachas!, ¿por qué tenían que abriros el vientre?"
Sosteniéndose a duras penas, se estaba dando la vuelta, tras haber sido
sermoneado, azotado, absuelto y bendecido, cuando una vieja se acercó a él y le dijo:
-Tened valor, hijo mío, seguidme."
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