Por Hegel, Schelling y Hölderlin
... una ética. Puesto que, en el futuro, toda la metafísica caerá en la moral, de lo que Kant dio sólo un ejemplo con sus dos postulados prácticos, sin agotar nada, esta ética no será otra cosa que un sistema completo de todas las ideas o, lo que es lo mismo, de todos los postulados prácticos. La primera idea es naturalmente la representación de mí mismo como de un ser absolutamente libre. Con el ser libre, autoconsciente, emerge, simultáneamente, un mundo entero —de la nada—, la única creación de la nada verdadera y pensable. Aquí descenderé a los campos de la física; la pregunta es ésta: ¿Cómo tiene que estar constituido un mundo para un ser moral? Quisiera prestar de nuevo alas a nuestra física que avanza dificultosamente a través de sus experimentos.
Así, si la filosofía da las ideas y la experiencia
provee los datos, podremos tener por fin aquella física en grande que espero de
las épocas futuras. No parece como si la física actual pudiera satisfacer un
espíritu creador, tal como es o debiera ser el nuestro.
De la naturaleza paso a la obra humana. Con la idea de
la humanidad delante quiero mostrar que no existe una idea del Estado, puesto
que el Estado es algo mecánico, así como no existe tampoco una idea de una máquina.
Sólo lo que es objeto de la libertad se llama idea. ¡Por lo tanto, tenemos que
ir más allá del Estado! Porque todo Estado tiene que tratar a hombres libres
como a engranajes mecánicos, y puesto que no debe hacerlo debe dejar de
existir. Podéis ver por vosotros mismos que aquí todas las ideas de la paz
perpetua, etc., son sólo ideas subordinadas de una idea superior. Al mismo
tiempo quiero sentar aquí los principios para una historia de la humanidad y
desnudar hasta la piel toda la miserable obra humana: Estado, gobierno,
legislación. Finalmente vienen las ideas de un mundo moral, divinidad,
inmortalidad, derrocamiento de toda fe degenerada, persecución del estado
eclesiástico que, últimamente, finge apoyarse en la razón, por la razón misma.
La libertad absoluta de todos los espíritus que llevan en si el mundo intelectual
y que no deben buscar ni a Dios ni a la inmortalidad fuera de sí mismos.
Finalmente, la idea que unifica a todas las otras, la
idea de la belleza, tomando la palabra en un sentido platónico superior. Estoy
ahora convencido de que el acto supremo de la razón, al abarcar todas las ideas,
es un acto estético, y que la verdad
y la bondad se ven hermanadas sólo en la belleza. El filósofo tiene que poseer
tanta fuerza estética como el poeta. Los hombres sin sentido estético son
nuestros filósofos ortodoxos. La filosofía del espíritu es una filosofía
estética. No se puede ser ingenioso, incluso es imposible razonar
ingeniosamente sobre la historia, sin sentido estético. Aquí debe hacerse
patente qué es al fin y al cabo lo que falta a los hombres que no comprenden
[nada de las] ideas y que son lo suficientemente sinceros para confesar que
todo les es oscuro, una vez que se deja la esfera de los gráficos y de los registros.
La poesía
recibe así una dignidad superior y será al fin lo que era en el comienzo: la
maestra de la humanidad; porque ya no hay ni filosofía ni historia, únicamente
la poesía sobrevivirá a todas las ciencias y artes restantes. Al mismo tiempo,
escuchamos frecuentemente que la masa [de los hombres] tiene que tener una religión sensible. No sólo la masa, también
el filósofo la necesita. Monoteísmo de la razón y del corazón, politeísmo
de la imaginación y del arte: ¡esto es lo que necesitamos!.
Hablaré aquí primero de una idea que, en cuanto yo sé,
no se le ocurrió aún a nadie: tenemos que tener una nueva mitología, pero esta
mitología tiene que estar a servicio de las ideas, tiene que transformarse en
una mitología de la razón.
Mientras no transformemos las ideas en ideas
estéticas, es decir en ideas mitológicas, carecerán de interés para el pueblo
y, a la vez, mientras la mitología no sea racional, la filosofía tiene que
avergonzarse de ella. Así, por fin, los hombres ilustrados y los no
ilustrados tienen que darse la mano, la mitología tiene que convertirse en
filosófica y el pueblo tiene que volverse racional, y la filosofía tiene que
ser filosofía mitológica para transformar a los filósofos en filósofos
sensibles. Entonces reinará la unidad perpetua entre nosotros. Ya no veremos
miradas desdeñosas, ni el temblor ciego del pueblo ante sus sabios y sacerdotes.
Sólo entonces nos espera la formación igual de todas las fuerzas, tanto de las
fuerzas del individuo mismo como de las de todos los individuos. No se
reprimirá ya fuerza alguna, reinará la libertad y la igualdad universal de
todos los espíritus. Un espíritu superior enviado del cielo tiene que instaurar
esta nueva religión entre nosotros; ella será la última, la más grande obra de
la humanidad.
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