31/5/13

Sobre la teoría de la relatividad - Einstein - 18. Principios de la relatividad especial y general



Segunda Parte
Sobre la teoría de la relatividad general

 18.   Principios de la relatividad especial y general

La tesis fundamental alrededor de la cual giraban to­das las consideraciones anteriores era el principio de la relatividad especial, es decir, el principio de la relativi­dad física de todo movimiento uniforme. Volvamos a analizar exactamente su contenido.

Que cualquier movimiento hay que entenderlo conceptualmente como un movimiento meramente relativo es algo que siempre fue evidente. Volviendo al ejem­plo, tantas veces frecuentado ya, del terraplén y el va­gón de ferrocarril, el hecho del movimiento que aquí tiene lugar cabe expresarlo con igual razón en cual­quiera de las dos formas siguientes:
a)          el vagón se mueve respecto al terraplén,
b)          el terraplén se mueve respecto al vagón.
En el caso a) es el terraplén el que hace las veces de cuerpo de referencia; en el caso b), el vagón. Cuando se trata simplemente de constatar o describir el movi­miento es teóricamente indiferente a qué cuerpo de referencia se refiera el movimiento. Lo cual es, repeti­mos, evidente y no debemos confundirlo con la propo­sición, mucho más profunda, que hemos llamado «principio de relatividad» y en la que hemos basado nuestras consideraciones.
El principio que nosotros hemos utilizado no se li­mita a sostener que para la descripción de cualquier suceso se puede elegir lo mismo el vagón que el terra­plén como cuerpo de referencia (porque también eso es evidente). Nuestro principio afirma más bien que: si se formulan las leyes generales de la naturaleza, tal y como resultan de la experiencia, sirviéndose
a)      del terraplén como cuerpo de referencia,       
b)             del vagón como cuerpo de referencia,                        
en ambos casos dichas leyes generales (p. ej., las leyes de la Mecánica o la ley de la propagación de la luz en el vacío) tienen exactamente el mismo enunciado. Dicho de otra manera: en la descripción física de los procesos naturales no hay ningún cuerpo de referencia K o K' que se distinga del otro. Este último enunciado no tiene que cumplirse necesariamente a priori, como ocurre con el primero; no está contenido en los con­ceptos de «movimiento» y «cuerpo de referencia», ni puede deducirse de ellos, sino que su verdad o falsedad depende sólo de la experiencia.
Ahora bien, nosotros no hemos afirmado hasta ahora para nada la equivalencia de todos los cuerpos de refe­rencia K de cara a la formulación de las leyes naturales. El camino que hemos seguido ha sido más bien el si­guiente. Partimos inicialmente del supuesto de que existe un cuerpo de referencia K con un estado de movimiento respecto al cual se cumple el principio fundamental de Galileo: un punto material abandonado a su suerte y alejado lo suficiente de todos los demás se mueve uniformemente y en línea recta. Referidas a K (cuerpo de referencia de Galileo), las leyes de la natu­raleza debían ser lo más sencillas posible. Pero al mar­gen de K, deberían ser privilegiados en este sentido y exactamente equivalentes a K de cara a la formulación de las leyes de la naturaleza todos aquellos cuerpos de referencia K' que ejecutan respecto a K un movimiento rectilíneo, uniforme e irrotacional: a todos estos cuerpos de referencia se los considera cuerpos de referencia de Galileo. La validez del principio de la relatividad sola­mente la supusimos para estos cuerpos de referencia, no para otros (animados de otros movimientos). En este sentido hablamos del principio de la relatividad especial o de la teoría de la relatividad especial.
En contraposición a lo anterior entenderemos por «principio de la relatividad general» el siguiente enun­ciado: todos los cuerpos de referencia K, K', etc., sea cual fuere su estado de movimiento, son equivalentes de cara a la descripción de la naturaleza (formulación de las leyes naturales generales). Apresurémonos a señalar, sin embargo, que esta formulación es preciso sustituirla por otra más abstracta, por razones que sal­drán a la luz más adelante.
Una vez que la introducción del principio de la rela­tividad especial ha salido airosa, tiene que ser tentador, para cualquier espíritu que aspire a la generalización, el atreverse a dar el paso que lleva al principio de la relatividad general. Pero basta una observación muy simple, en apariencia perfectamente verosímil, para que el intento parezca en principio condenado al fra­caso. Imagínese el lector instalado en ese famoso va­gón de tren que viaja con velocidad uniforme. Mientras el vagón mantenga su marcha uniforme, los ocupantes no notarán para nada el movimiento del tren; lo cual explica asimismo que el ocupante pueda interpretar la situación en el sentido de que el vagón está en reposo y que lo que se mueve es el terraplén, sin sentir por ello que violenta su intuición. Y según el principio de la relatividad especial, esta interpretación está perfec­tamente justificada desde el punto de vista físico.
Ahora bien, si el movimiento del vagón se hace no uniforme porque el tren frena violentamente, ponga­mos por caso, el viajero experimentará un tirón igual de fuerte hacia adelante. El movimiento acelerado del vagón se manifiesta en el comportamiento mecánico de los cuerpos respecto a él; el comportamiento mecánico es distinto que en el caso antes considerado, y por eso parece estar excluido que con relación al vagón en mo­vimiento no uniforme valgan las mismas leyes mecáni­cas que respecto al vagón en reposo o en movimiento uniforme. En cualquier caso, está claro que en relación al vagón que se mueve no uniformemente no vale el principio fundamental de Galileo. De ahí que en un primer momento nos sintamos impelidos a atribuir, en contra del principio de la relatividad general, una espe­cie de realidad física absoluta al movimiento no uni­forme. En lo que sigue veremos, sin embargo, que esta inferencia no es correcta.


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